The New York Times publica una investigación sobre la compra de seguidores en social media
El fraude de la compra de seguidores: al social media se le cae la careta
El ansia de popularidad se ha convertido en el mal del siglo XXI. Hacerse famoso a toda costa es el anhelo de cada vez más personas que buscan en las redes sociales la oportunidad de hacerse un hueco en el competitivo mercado.
Y es que el social media además de ser un canal de expresión en tiempo real, también representa un escaparate de apariencias en el que (casi) nada es lo que parece.
El creciente interés de las marcas por los influencers con millones de seguidores que les puedan proporcionar un nuevo y más efectivo canal publicitario, ha puesto en el foco a estos líderes 2.0.
Pero también las empresas, en un intento por atraer las miradas de los anunciantes y sus inversiones, hacen de las redes sociales su particular catálogo de popularidad. Presumir de followers es la nueva moda, incluso si son falsos.
Hoy en día, si no estás presente en redes sociales, no existes. Dada esta premisa y viendo la necesidad de contar con grandes masas de usuarios siguiendo los pasos de empresas y personas, han sido numerosas las compañías que han nacido en los últimos años dedicadas a la venta de seguidores dentro y fuera de nuestras fronteras.
A pesar de que la mayoría de las plataformas prohíben estas prácticas, lo cierto es que se dan a nivel mundial. Una investigación llevada a cabo por The New York Times da a conocer la magnitud de este problema que más que beneficiar, se convierte en una pérdida de tiempo y de dinero para quienes opten por hacerlo.
Según Twitter, casi el 15% de sus usuarios se corresponden a cuentas automatizadas que asemejan ser reales porque los nombres y fotografías que presentan pertenecen a personas reales que, por cierto, casi siempre son desconocedores del uso que se hace de su identidad e imagen.
Por su parte, Facebook también ha admitido que 60 millones de cuentas son automatizadas, una cifra que supone el doble que las últimas estimaciones.
Pero a medida que crece, de forma imparable, la industria del influencer marketing también lo hace el número de interesados en hacerse un hueco en este mercado. Y no es para menos cuando hay cuentas de 100.000 seguidores en las que por un post patrocinado se puede llegar a pagar hasta 2.000 dólares.
Las explicaciones que dan los que recurren a estas prácticas son variadas. Según recoge el diario, hay quien aduce la compra de seguidores a la curiosidad por ver cómo funciona, mientras que otros lo ven como algo normal que “todo el mundo hace”.
Los que se posicionan en contra aseguran que se trata de un fraude y una forma de obtener resultados solamente a corto plazo.
Si en un primer momento, el aumento desmedido de seguidores puede llevar a las marcas o usuarios a poner sus ojos en esas cuentas, a la larga es más que evidente que el tan pretendido engagement, que es al fin y al cabo el objetivo final, no llegará nunca porque, simplemente, jamás ha existido.
Esta situación deja al descubierto la escasa regulación que existe en el ecosistema digital y en la esfera social. Una responsabilidad que deben asumir no solo las autoridades de los distintos países, sino también las propias plataformas sociales y, por supuesto las marcas.
Aunque estas últimas ya dejan ver un cambio de mentalidad que, poco a poco, se va traduciendo en acciones.
La tendencia hacia el microinfluencer, con una base de seguidores más pequeña, pero con un mayor engagement evidencia el giro en las estrategias de muchas marcas que se han dado cuenta que, en ocasiones, menos es más.
Primar la calidad sobre la cantidad es una apuesta siempre arriesgada sobre todo en una industria en la que la mayoría de sus actores se deja llevar por la corriente de las modas.
Tomarse más tiempo para analizar el mercado y encontrar al influencer que mejor encaja con la marca, asegurarse de que los seguidores son reales y de calidad y establecer relaciones a largo plazo que permitan construir una presencia social sólida son algunas de las estrategias que ya llevan a cabo algunas marcas.
Alejarse de las malas prácticas y apelar a la ética en social media será clave para las marcas que no quieran ver cómo los usuarios se alejan cada vez más de plataformas que comenzaron siendo la máxima expresión de autenticidad y han acabado por convertirse en un gran fraude.