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Un año de Elon Musk al frente de X (Twitter), un año de caos

La metamorfosis de Twitter en X o cómo un año después la red social no es ni sombra de lo que era

Esther Lastra

Escrito por Esther Lastra

Un año después de su cacareada adquisición por parte de Elon Musk, Twitter, que fue rebautizada hace unos meses con el nombre de X, es una red social muy distinta de la que fue otrora.

Cuando Elon Musk compró Twitter hace aproximadamente un año, prometió inocular en la red social una mayor dosis de libertad de expresión (y elevarla, de hecho, hasta la máxima potencia). Un año después de su cacareada adquisición por parte de Elon Musk, Twitter, que fue rebautizada hace unos meses con el nombre de X, es una red social muy distinta de la que fue otrora. Y el que tiene la vitola de ser el nombre más rico del mundo no ha descifrado aún el enigma de cómo generar más ingresos con la red social de microblogging.

Lo que parece claro es que doce meses de que Elon Musk pagara por ella la friolera de 44.000 millones de dólares, Twitter es hoy por hoy una plataforma radicalmente diferente. Por lo pronto la red social ha sido ungida con un nombre distinto y ya no es Twitter sino X.

Además, los celebérrimos «ticks» de color azul que ornaban hasta hace no mucho (de manera completamente gratuita) los perfiles de celebridades o políticos pueden ser comprados ahora por apenas 8 euros al mes. Y no cumplen ya la función de verificar la identidad que quien es dueño de esa insignia sino que son más bien un lujo que solo unos pocos se pueden permitir. También los perfiles de empresa en X se han quedado huérfanos de insignia de verificación y para lucir el símbolo de color dorado (el que les corresponde por su naturaleza) deben abonar la friolera de 1.000 dólares al mes.

Por otra parte, Twitter (ahora X) es una empresa de estructuras mucho más magras. En el último año Musk ha puesto de patitas en la calle a más de la mitad de los 8.000 empleados de la red social. Los despidos han sido particularmente notables en los equipos consagrados al combate contra el discurso del odio y la desinformación.

La moderación de contenidos ha emprendido la cuesta hacia abajo en el transcurso del último año en X

Elon Musk, el propietario desde hace un año de Twitter, enarbola con orgullo posicionamientos claramente escorados hacia la derecha y se lamenta de que antes de que él entrara en escena, la red social practicaba la censura para bailarle el agua a la izquierda. Según Musk, el «virus woke» está destruyendo la humanidad, el Partido Demócrata es «partido del odio», los medios más veteranos son manifiestamente racistas contra los blancos y las escuelas están inoculando veneno en lugar de conocimiento en los niños.

Desde su perfil en X Musk es una suerte de amplificador de opiniones similares a las suyas propias que comparte de buen grado con 160 millones de seguidores en la red social.

En Twitter (ahora X) Elon Musk es una suerte de ente omnipresente y aquellos que no cuentan con el «tick» de color azul en sus perfiles (y no pasan, por ende, por caja) son menos visibles en la plataforma. Su visibilidad es al parecer menor para proteger a los usuarios de X de los bots y los perfiles falsos (aunque los bots y los perfiles «fake» continúan siendo un problema de primerísimo orden en Twitter).

Después del ataque que el grupo terrorista Hamás perpetrara contra Israel hace un par de semanas, un pequeñísimo grupo de apenas siete cuentas alumbró una importante proporción del contenido que se abrió paso en X en relación con el conflicto, según un análisis emprendido por una serie de investigadores. Solo durante los tres primeros días del conflicto 1.800 publicaciones emanadas de este grupo fueron visualizadas 1.600 millones de veces en X. En cambio, los contenidos nacidos al calor de cuentas como The New York Times, CNN, BBC y Reuters, que tienen a su vera muchos más seguidores, fueron agasajadas con apenas 112 millones de visualizaciones (partiendo de 298 posts en total). De acuerdo con un análisis de la plataforma Similarweb, entre el 3% y el 4% de quienes visitaban la web de The New York Times venían de Twitter hace tres años. Hoy ese porcentaje se ha derrumbado actualmente hasta el 1%.

Elon Musk se empeña en vender las bondades del «periodismo ciudadano» y las «commnity notes» que, convenientemente adheridas a los posts, permiten desenmascarar información falsa o de naturaleza engañosa. Sin embargo, después de que estallara la guerra entre Israel y Hamás, la publicación de «community notes» ha terminado demorándose sine die. Y X afronta ahora las preguntas de la Comisión Europea en relación a cómo brega con el discurso del odio y la desinformación en sus dominios. Thierry Breton, comisario europeo de Mercado Interior y Servicios, se refiere específicamente a las imágenes y filmaciones de videojuegos que han circulado impunemente por Twitter (X) en las últimas semanas como si fueran grabaciones reales de la guerra. Aunque Musk pareció no tomarse muy en serio las amenazas de la Comisión Europea, lo cierto es que las multas nacidas al calor del Ley de Servicios Digitales (DSA) pueden ser increíblemente gravosas para las empresas (y constituir hasta el 6% de su facturación global).

Musk, que se comprometió a adherirse a la «libertad de expresión absoluta» cuando compró Twitter hace un año, niega de manera tajante que la red social sea receptáculo del odio. Y llevó incluso a los tribunales un grupo de investigadores de la organización CCDH que concluyó en una serie de tests que, cuando la información de naturaleza nociva echaba anclas en suscriptores de pago, X no se tomaba la molestia de erradicarla.

El propietario de X no tuvo tampoco prurito alguno a la hora de amenazar a la organización para combatir el antisemitismo ADL, que anteriormente había acusado a la red social del sudafricano de dar fuelle al antisemitismo en sus dominios.

Las suscripciones de pago, el arma secreta de Elon Musk para resucitar X

Entretanto, X es una plataforma necesitada a todas luces de dinero y con las arcas cada vez más magras. Musk ha confirmado en varias ocasiones que los ingresos publicitarios de X se han contraído a la mitad. Y por eso el multimillonario sudafricano tiene sus esperanzas depositadas en los ingresos derivados de las suscripciones. La semana pasada X se sacó de la chistera un test en virtud del cual los nuevos usuarios de la red social en Nueva Zelanda y Filipinas deberían abonar una cuota de un dólar al mes para beneficiarse de funciones básicas como tuitear, retuitear o comentar. De lo contrario, podrían hacer un uso meramente pasivo de Twitter y leer única y exclusivamente posts, ver vídeos y seguir a otros usuarios.

Durante el último años, y después del caos sobrevenido por los cambios impuestos por Elon Musk, muchos usuarios (y también muchos anunciantes) han terminado dando la espalda a X. Si bien la red social no publica datos sobre su número de usuarios, un análisis de compañía Apptopia concluye que la cifra de usuarios diarios de Twitter ha caído de los 140 a los 121 millones de usuarios. Similarweb calcula, por su parte, que el tráfico en la versión web de X ha sufrido un prolapso del 15%.

Conviene, por otro lado, hacer notar que en el último año no ha emergido ninguna verdadera alternativa a Twitter, que pocos reconocen a día de hoy como la red social que fue en su día. Aunque Threads, el clon de Twitter de Meta, salió del cascarón con inusitada fuerza a principios del pasado mes de julio, su actividad declinó a continuación con pasmosa velocidad. A ello hay que añadir que Threads no está disponible hoy por hoy en el viejo continente. Y BlueSky, que se mira a todas luces en el espejo del viejo Twitter, es aún una comunidad muy pequeña y rebasó la frontera del millón de usuarios el pasado mes de septiembre.

 

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