Entrevista con Oliver Burkeman (escritor y periodista)
"Para que la creatividad emerja a la superficie hay que armarse de paciencia", Oliver Burkeman (escritor)
En Cuatro mil semanas: Gestión del tiempo para mortales Oliver Burkeman defiende que es definitivamente mucho más saludable descartar cosas que tratar de abarcarlo todo.
Venimos al mundo inevitablemente con fecha de caducidad, pero nos obcecamos en hacer caso omiso a esta lóbrega realidad revistiéndonos de pátina casi divina que nos hace sentir omnipotentes y capaces de hacerlo todo, como si nuestra finitud (vilmente ignorada) no fuera a interponerse eventualmente en nuestro camino.
La productividad y la eficiencia son las dos grandes obsesiones del ser humano en los tiempos convulsos que corren. Nos esforzamos por estirar el tiempo hasta límites insospechados y el tiempo que supuestamente ganamos siendo portentos de la eficiencia lo invertimos en hacer más y más cosas. Si nos esforzamos, por ejemplo, en dejar a cero la bandera de entrada de nuestro correo electrónico, más mensajes terminarán eventualmente emergiendo a la superficie y así ad finitum. La lista de cosas por hacer jamás se agota porque añadimos más y más cosas.
Somos esclavos del tiempo, al que como si fuera un despótico señor feudal rendimos vasallaje sin rechistar, y estamos invariablemente atrapados en la trampa de la eficiencia. Esa vil trampa de la eficiencia es la que el autor y periodista británico Oliver Burkeman desenmascara en el libro Cuatro mil semanas: Gestión del tiempo para mortales.
Durante mucho tiempo Burkeman creyó que podría optimizar su productividad y que parapetándose tras siete o doce hábitos «mágicos» tendría finalmente todo bajo control y podría acometer toda una plétora de tareas en un lapso limitadísimo de tiempo.
Sin embargo, algo en la cabeza de Burkeman hizo clic cuando se topó de bruces con un inquietante dato: la mayor parte de los seres humanos tenemos a nuestra disposición única y exclusivamente 4.000 semanas de vida (suponiendo, eso sí, que lleguemos a los 80 años de edad).
Con este dato convertido en una especie de estrella polar de su propia existencia, Burkeman constató que la gestión del tiempo que tanto nos trae de cabeza no consiste en ser más eficientes sino más bien en decidir aquello que vamos a dejar atrás.
A juicio del escritor y periodista británico, en el contexto actual, donde salen a nuestro paso opciones ilimitadas que desafían nuestra propio finitud, es definitivamente mucho más saludable descartar cosas que tratar de jugar a ser dioses y desarrollar una omnipotencia artificiosa para tratar de abarcarlo todo.
Oliver Burkeman tomó parte el pasado 10 de octubre en el evento de Serviceplan Innovation Day en Múnich (Alemania) y allí tuvimos ocasión de charlar con él sobre su particular manera de aproximarse a la gestión del tiempo, una gestión del tiempo en la que la paciencia no es ni mucho menos lastre insoportable sino más bien un sensacional superpoder.
Durante catorce años escribiste en The Guardian la columna semanal «This Column Will Change Your Life», donde te centraste en la investigación del bienestar mental. Hace algunos años la salud mental estaba aún agazapada en las sombras, pero ahora está eventualmente en primer plano. ¿Se ha superado realmente el estigma que revolotea en torno a la salud mental?
No, el estigma no está completamente superado, pero definitivamente creo que ha habido un gran cambio. Fue muy interesante escribir una columna sobre la salud mental durante tanto tiempo porque así pude observar cómo cambiaba la percepción de este asunto. En Reino Unido era aún bastante raro hablar de vulnerabilidad emocional, depresión o ansiedad cuando empecé a escribir la columna. Esta ha sido siempre mi especialidad y la actitud hacia la salud mental no era definitivamente la misma antes y después de la columna.
En el cambio de actitud hacia la salud mental ha influido en gran medida la comprensión de la neurociencia y otros aspectos de la biología subyacente. ¿Por qué habría de ser diferente tener algo mal en la pierna y tenerlo en el hemisferio derecho del cerebro? Tener problemas de salud mental no tiene necesariamente el significado moral que históricamente le hemos otorgado.
La salud mental goza de cada vez más preponderancia en el trabajo. ¿Cómo pueden las empresas contribuir al bienestar de sus empleados? ¿Cómo puedes cuidar tu propio bienestar mental en un entorno tóxico de trabajo?
Creo que la idea de que las organizaciones pueden inyectar de alguna manera felicidad en sus empleados es totalmente errónea. Me parece, de hecho, la peor idea del mundo y creo que no funciona porque los empleados saben que se trata de algo que no redunda en realidad en su propio beneficio.
Hay un motivo instrumental detrás. Las empresas quieren que sus empleados sean felices para servir a los objetivos de la organización y no porque estén de verdad preocupadas por su salud mental. Tendría que haber una preocupación genuina por el bienestar de los empleados y muchas veces no la hay.
Creo que la felicidad en el ámbito laboral está directamente emparentada con la autonomía y se trata de hacer sentir a los empleados que están a los mandos de sus propias vidas brindándoles políticas flexibles de trabajo y liberándoles de la vigilancia constante. Son cosas como estas las que más contribuyen a mejorar la salud mental de los empleados y no tanto los intentos de directos por parte de las empresas de forzar la felicidad de la plantilla.
En cuanto a la cuestión de qué actitud adoptar en un entorno laboral tóxico, creo que hay obviamente muchas cosas diferentes que puedes hacer para cambiar esta situación. Puedes buscar terapia e intentar otras muchas cosas obvias, pero creo que el cambio tiene que ser más interno que otra cosa.
Hay una especie de libertad interna que es perfectamente posible lograr y que está al margen de la cuestión de si cambias tus circunstancias en el trabajo. En mi último libro pongo de manifiesto que la gente se enfrenta a menudo a demandas totalmente imposibles en el trabajo. Sienten que tienen que hacer cinco cosas en tres horas cuando en realidad no es posible acometerlas en menos de seis horas. Es imposible y hay que aceptarlo.
Sin embargo, nos esforzamos por coadyuvar a la idea que quizás sí es posible. Y las cosas cambian radicalmente cuando adoptas un enfoque realista en tu propia mente. Aceptar que algo es imposible puede ser algo increíblemente enardecedor incluso si no puedes cambiar las circunstancias.
Creo que muchos de los problemas con los que lidia la gente en el trabajo tienen que ver con la autoestima de sentirse mal por no poder hacer cosas que en realidad son imposibles. Si aceptas que algo es imposible, no puedes atacarte a ti mismo de la misma manera aun cuando no puedas cambiar las cosas de inmediato. Se trata de aferrarte a tu propia cordura interna aunque la locura reine en el exterior.
La gestión del tiempo es una de las principales preocupaciones del ser humano. En tu libro Cuatro mil semanas: Gestión del tiempo para mortales abordas el problema de no tener tiempo para todo animando a la gente a abrazar la dicha de renunciar deliberadamente a hacer ciertas cosas. ¿Cómo se aplica este concepto en el universo laboral, donde todos nos vemos obligados en mayor o menor medida a hacer muchas cosas en poco tiempo y alcanzar la máxima productividad?
Hay en realidad dos respuestas a esta pregunta. Una de ellas tiene que ver con la necesidad de vivir anclado a la realidad cuando se trata de tu tiempo. Hay que comprender asimismo la importancia de posponer cosas, que es justo lo inverso a establecer prioridades cuando deseas, por ejemplo, que un equipo de trabajo se enfoque en un proyecto específico. Es importantísimo reconocer que el establecimiento de prioridades significa que no vas a poder dedicar tu atención plena a otro proyecto justo en ese momento y no tener problema a la hora de decirlo abiertamente. Y si no estás en posición de cambiar las circunstancias en el seno de tu organización, deberías al menos permitirte el lujo de desarrollar este pensamiento interno. Se trata de cambiar la perspectiva. Es cambiar la perspectiva lo que en último término cambia el significado de lo que haces.
Por otro lado, si en tu trabajo te ves obligado a asumir una cantidad imposible de trabajo, puedes verle sentido a esa obligación y entonces sentirse presionado de manera legítima. Pero si aceptas que lo que te piden es literalmente imposible, la perspectiva cambia.
Hace poco escribía, por ejemplo, un artículo sobre el «multitasking» y en él hacía valer el argumento de que es básicamente imposible concentrarse de verdad en dos cosas a la vez. Y no decía que el «multitasking» fuera necesariamente malo. Simplemente decía que era imposible y alguien se puso en contacto conmigo para decirme que el «multitasking» era efectivamente imposible, pero que necesitaba poder hacer varias cosas a la vez en su puesto de trabajo.
Y frente a un comentario así es efectivamente difícil saber qué decir. La gente a menudo me dice que es fácil para mí decir este tipo de cosas porque soy escritor y gozo de una posición privilegiada. Y es cierto y acepto este tipo de comentarios.
Así y todo, no deja de ser menos cierto que el «multistasking» es imposible, por lo que tendemos a bregar con el dolor de no ser multitarea aferrándonos a otro método enfocado a la productividad (y así sucesivamente).
En tu libro hablas de la trampa de la eficiencia. ¿Cómo caemos atrapados en las redes de la actividad frenética y la productividad?
La trampa de la eficiencia nos lleva a sentir que debemos hacer demasiadas cosas. Nos convencemos de que tenemos que hacer más cosas en el mismo periodo de tiempo y a veces este enfoque no es del todo inútil. Se trata de un método útil para ser más eficiente. Si cada mañana te lleva una hora escoger la ropa que te vas a poner, tienes realmente un problema de eficiencia. Pero llegados a cierto punto, la eficiencia dejar de aportarte beneficios porque esencialmente no hace sino atraer más «inputs» a tu lista de tareas. Si eres, por ejemplo, muy bueno gestionando tu correo electrónico y logras responder todos tus emails en apenas una hora todos los días, solo vas a conseguir que entren más correos a tu bandeja de entrada, por lo que el resultado no te proporciona en realidad más paz mental sino que te lleva a estar aún más agobiado.
Tratar de gestionar cada vez más «inputs» no te proporcionará necesariamente más paz mental. A veces podría ser necesario, como cuando tu jefe te pide que tienes que responder el doble de emails, pero ello no te hará sentir que tienes más control sobre las cosas. En este sentido, la única manera de gestionar el problema es comprometerte a dedicar x horas al email todos los días y cuando se agote el tiempo, parar e invertir el tiempo sobrante con tu familia, yendo al gimnasio o trabajando en otros proyectos.
Quizás algunas personas necesiten dedicar tres horas diarias al email y otras les baste con solo media hora, pero debemos decirnos a nosotros mismos cuándo es el momento de parar para evitar caer en la trampa de la eficiencia.
Estás convencido de que la paciencia es un superpoder. ¿Es la paciencia una virtud cuando te dedicas profesionalmente a la creatividad? ¿Sería mejor la publicidad si los creativos pusieran en práctica tu filosofía para la gestión del tiempo?
Creo que sí, pero considero de todas formas que las personas que trabajan en publicidad y otras industrias relacionadas con la creatividad tienden a ser más pacientes que en otros ámbitos de actividad porque comprenden que están lidiando con ideas que habitan en el inconsciente. Alguien que alumbra una campaña de publicidad fantástica no sabe necesariamente cómo y dónde nació la idea en sus entrañas. Y tampoco lo saben necesariamente los escritores y los artistas, que saben que necesitan ser pacientes con los procesos en los que están involucrados para hacer bien su trabajo.
Querer dictar el ritmo al que deben ir las cosas es en todo caso perfectamente comprensible. Pero es algo que no funciona, se traduce a la postre más impaciencia y reprime la creatividad, que emerge en el momento más inesperado.
A veces tenemos que trabajar, no obstante, con fechas tope y tener algo listo, por ejemplo, en una semana. Pero entonces lo que debes hacer es parar, dejar que las ideas emerjan por sí solas y confiar en que serás realmente más rápido si estás dispuesto a dejar que las cosas se tomen su tiempo. Yo mismo me enfrento a este desafío todo el tiempo en calidad de escritor. Tengo fechas tope, tengo contratos. Y puedo necesitar tener algo listo para la semana siguiente, pero a veces siento que no tengo en realidad el control de la situación y no consigo ser quien dicte lo que va a acontecer en mi inconsciente.
La inteligencia artificial (IA) está teniendo un impacto de primerísimo orden en nuestras vidas. ¿Cuál va a ser el rol de esta tecnología desde el punto de vista de la gestión del tiempo?
No tengo ni idea. Soy tan ignorante en este sentido como cualquier otra persona. Creo, no obstante, que la IA puede llevarnos a sentirnos aún más a merced de la trampa de la eficiencia. Te dices, al fin y al cabo, a ti mismo que hay un montón de funciones que pueden ser gestionadas por la IA y que ello te dejará tiempo libre para hacer todas esas cosas que solo un ser humano de carne y hueso puede emprender en un proceso creativo. Sin embargo, la realidad es otra. Si haces un montón de cosas en piloto automático, saldrán a flote aún más cosas insignificantes en tu vida.
Por otra parte, creo que sigue siendo importante que algo haya sido alumbrado por un ser humano de carne y hueso y no meramente por una máquina. Incluso si la calidad es de alguna manera la misma, su origen realmente me importa. Imagina, por ejemplo, que has tenido una emotiva conversación por teléfono con un amigo y luego descubres que has estado en realidad conversando con un bot. Obviamente no darías a esa conversación el mismo valor. Y creo que lo mismo sucede con la escritura, el arte y toda la creatividad en general. A mí personalmente me resulta importante que algo lleve la rúbrica de una persona de carne y hueso, aun cuando la calidad emanada de un ordenador pueda ser equivalente.
En el libro Cuatro mil semanas: Gestión del tiempo para mortales recomiendas el uso tecnología aburrida y que sirva a un solo propósito. ¿Cómo haces realidad este consejo en un momento en el que la tecnología evoluciona a un ritmo tan absolutamente frenético?
Ello requiere desde luego cierta entereza y presencia de ánimo. Tienes que desarrollar una actitud en tu vida personal hacia la tecnología que te lleve siempre a tener presente si una tecnología en particular puede o no ayudarte realmente.
No se trata de adoptar una nueva tecnología porque sí y después esperar a ver qué pasa. Fijémonos, por ejemplo, el enfoque que adoptan los Amish en Estados Unidos en relación con la tecnología. Asumimos que su posición es de rechazo frontal a todo tipo de tecnología, pero lo cierto es que no lo es. Cuando los Amish son confrontados con una nueva tecnología, se preguntan si esa tecnología va a ayudarles realmente a hacer realidad sus objetivos como comunidad. Si realmente a va ayudarles, la adoptan. Y si no, la descartan.
Pensemos, por ejemplo, en los asistentes de voz como Alexa. Todos estamos de alguna manera convencidos de que esta tecnología nos va a reportar realmente beneficios. Pero luego lo piensas más detenidamente y sus supuestos beneficios no son en realidad tales. Creo que asistentes de voz como Alexa pueden provocar, por ejemplo, que mi hijo de seis años sea a la postre más grosero y que a la hora de pedir cosas a los demás desarrolle una actitud similar a la que adoptaría con un ordenador. Se trata en último término de decidir si vas a adoptar o no una tecnología en función de los beneficios reales que te reporta.
Tenemos que pensar en las nuevas tecnologías como en herramientas y a continuación evaluar si nos van a ayudar o no. Y si realmente no nos van a ayudar, deberíamos descartar esas tecnologías por muy nuevas que sean. La tecnología es solo una herramienta y nosotros no somos sus siervos.
Citas en varias ocasiones al escritor C.S. Lewis, que decía que todas aquellas cosas que calificamos de interrupciones son en realidad nuestra propia vida. ¿Son claves las interrupciones para ser más feliz? ¿Puede ser, por ejemplo, la publicidad una interrupción de naturaleza positiva?
Creo que los anuncios pueden por supuesto ser contemplados a veces como interrupciones positivas. Todos nos hemos topado de bruces en alguna ocasión con anuncios que nos han hecho felices y eso es precisamente lo mejor de la publicidad. Las interrupciones son un placer como otro cualquiera. Creo que eso es lo quería C.S. Lewis.
No soy realmente un buen juez a la hora de determinar si una interrupción es o no bienvenida. Puedo planear perfectamente la mañana de 9 a 10, pero entre medias cualquier cosa puede ocurrir y no hay manera de saberlo de antemano y tampoco si la interrupción va a ser o no positiva para ti.
Creo, de todos modos, que lo de menos es si algo es o no una interrupción. Lo verdaderamente importante es saber qué cosas merecen tu completa atención y cuáles no.
¿Qué hay de la innovación? ¿Crees que fluye mejor si se emancipa de la trampa de la eficiencia?
Por supuesto. Cuando estás a merced de la trampa de la eficiencia, eres también menos perceptivo y tus estándares bajan también de alguna manera. Si estás obsesionado con hacer más y más, no tomas tampoco decisiones difíciles en torno a si lo que estás haciendo con tu tiempo es útil o no. Y eso es obviamente malo para la innovación porque te lleva a hacer más de lo mismo.
Cuando eres consciente de que tienes un tiempo limitado de tiempo y tienes que tomar decisiones, es también más fácil tomar nuevas direcciones. Es más sencillo asumir riesgos y atreverte a ser valiente porque no estás distraído por la misión imposible de tratar de hacerlo todo y puedes concentrarte en cosas nuevas y verdaderamente interesantes. La innovación aflora cuando no tratas inútilmente de estar al 100% en todo.