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Las verdades a medias de los productos bio, eco o sostenibles

Greenwashing: no es verde todo lo que reluce

Redacción

Escrito por Redacción

Hoy en día casi todas las compañías presumen de su compromiso con el medioambiente a través de sus productos que se viste de verde o adoptan apellidos como orgánico, ecológico o bio, para atraer a unos preocupados consumidores. Pero, ¿cuánto hay de cierto en estos mensajes?

greenwashEl poder de compra se ha convertido en el arma social más poderosa para cambiar el mundo. Los consumidores, cada vez más informados y concienciados sobre su influencia para determinar el futuro del planeta, han entendido que sus decisiones pueden marcar la diferencia.

De hecho, los consumidores españoles cada vez dan una mayor importancia a los aspectos éticos y ecológicos a la hora de decantarse por un producto o marca.

Según el estudio «Otro consumo para un futuro mejor» de la OCU y NESI Global Forum, el 73% de los encuestados declara tenerlos en cuenta a la hora de tomar sus decisiones de compra.

El consumo sostenible se ha convertido en una prioridad para los ciudadanos hasta el punto de que el 10% está dispuesto a pagar más por aquellos productos éticos, bio o eco.

Este nuevo paradigma ha obligado a las marcas a cambiar sus estrategias para centrarlas en la sostenibilidad. Hoy en día casi todas las compañías presumen de su compromiso con el medioambiente a través de sus productos que se viste de verde o adoptan apellidos como orgánico, ecológico o bio, para atraer a unos preocupados consumidores. Pero, ¿cuánto hay de cierto en estos mensajes?

Aunque muchas de estas compañías continúan planes de sostenibilidad que ya existían en el seno de sus organizaciones y otras comienzan el cambio con paso lento pero firme, hay quien solamente ha aprovechado el momento para sumarse a la moda.

Es lo que se conoce como “greenwashing”, la técnica que utilizan algunas compañías para mostrarse como empresas verdes cuando realmente no lo son.
Y es que, ser sostenible es un compromiso a todos los niveles dentro de las marcas y hallar esta coherencia con lo que se dice y lo que se hace sigue siendo, a día de hoy, el mayor reto de las organizaciones.

La moda “sostenible” y sus contradicciones

Tomemos la industria textil como ejemplo. A pesar de que, en los últimos años, las grandes firmas de moda han tomado algunas medidas para reducir su huella en el medioambiente, lo cierto es que los esfuerzos todavía son insuficientes.

Según un estudio de Global Fashion Agenda, Boston Consulting Group y Sustainable Apparel Coalition, el 40% de todas las compañías de moda no han tomado ninguna acción en materia de sostenibilidad y, mientras la producción aumenta, las mejoras se ralentizan.

La falta de infraestructuras que permitan el reciclaje de ropa y zapatos, el desarrollo de materias sostenibles o la aplicación de tecnología para aumentare la eficacia de la cadena de suministro son algunos de los problemas a solventar con mayor urgencia en la industria.

Y es que, de nada sirve apostar por materiales orgánicos o reciclados cuando para fabricarlos se desperdician cientos de litros de agua o, peor aún, cuando el porcentaje de estos materiales apenas alcanza el 1% como es el caso de H&M.

Tampoco Zara es ajena a estas artimañas y es que, la sorpresa de Greenpeace fue mayúscula al descubrir que, en una blusa que presumía de ser “100% orgánica”, el único biomaterial encontrado era el de la etiqueta.

Junto a ello, existe un problema todavía mayor: el consumo irresponsable.

Las grandes cadenas textiles que apuestan por una estrategia basada en la renovación de sus diseños cada poco tiempo y que fomentan el consumo continuado, reduciendo la vida útil de las prendas y contribuyendo a la sobreproducción, no ayudan en absoluto a la preservación del entorno.

La cara B de la belleza

La industria de la belleza y el cuidado personal ha sido también muy activa en la comunicación de la sostenibilidad, presumiendo de deshacerse de químicos tóxicos o parabenos. Una de las que en 2015 anunció la eliminación de partículas de polietileno en sus cremas fue Nivea aunque, la verdad tuviese una cara B.

La organización medioambiental BUND, detectó la presencia de microplástios en 38 de sus productos, aunque, desde la compañía aseguran que no supone una amenaza para el entorno.

La cadena de tiendas de cosmética The Body Shop también presume, en sus lemas, de vender productos “inspirados en la naturaleza” y “animal-friendly”, a pesar de reconocer la presencia de microplásticos en ellos.

Los certificados no siempre son una garantía

Estas medias verdades están por todas partes y hacen que cada vez sea más complicado reconocer cuándo un producto es realmente sostenible. Y es que, mientras algunas organizaciones aconsejan fijarse en las certificaciones que figuran en las etiquetas, parece que ni siquiera estos sellos son una pista fiable.

Ejemplo de ello es «Roundtable of Sustainable Palm Oil» (RSPO), una etiqueta creada en 2004 que se erigió como un certificado de la producción sostenible de aceite de palma pero cuyos criterios son demasiado “flexibles”, considerando el glifosato, un químico usado como herbicida y potencialmente cancerígeno, como un “método razonable”.

La prematura confianza que depositaron en esta certificación entidades como Deutsche Bank o HSBC desembocaron en un escándalo de gran magnitud en 2017 cuando se descubrió que Noble Group, una de las compañías en las que invirtieron y que contaba con la certificación RSPO, contribuía a la deforestación y violaba los derechos de la población local en Indonesia.

Los vehículos eléctricos, ¿peores que los diésel?

Tampoco la transición de la industria de la automoción hacia la energía eléctrica parece ser la mejor solución para el medioambiente.

Mientras las autoridades europeas trabajan en el impulso de la producción de este tipo de vehículos por la reducción de las emisiones de CO2, un estudio del ex presidente del Instituto de Investigación Económica de Múnich (IFO), Hans-Werner Sinn, pone en duda sus beneficios.

Entre las conclusiones destacan que el Tesla Model 3, el coche eléctrico más vendido en España, tendría, teniendo en cuenta su producción, unas emisiones de C02 de entre 156 y 181 gramos por kilómetro y sería entre un 11% y un 28% peor que un diésel Mercedes C220d.

Por su parte, la versión eléctrica del Golf solo sería mejor que el diésel tras superar los 125.000 kilómetros. Así, el elevado coste ecológico de la producción de las baterías eléctricas lleva a cuestionar las ventajas de la industria del coche eléctrico.

La lista de compañías e industrias que cumplen con sus manifiestos “verdes” a medias es larga y, a día de hoy, por mucho que las marcas se empeñen en decir lo contrario, las acciones en favor del medioambiente todavía están muy lejos de ser una realidad.

 

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