Diseccionando la marca de Donald Trump
El qué, el cómo y el porqué de Trump: en las narcisistas entrañas de la marca del presidente
La marca Donald Trump consiguió imponerse en las urnas hace cuatro año haciendo suyo un "claim" extraordinariamente poderoso: "Make America Great Again". ¿Le bastará tan sonoro eslogan para ganar la reelección?

Autor de la imagen: Charles Deluvio
Donald Trump se impuso hace cuatro años en las urnas con un eslogan tan pegadizo como vigoroso: «Make America Great Again». Con este sonoro «claim» el actual presidente de Estados Unidos hizo una promesa en absoluto baladí a los simpatizantes del Partido Republicano, sumidos probablemente en el hartazgo tras ocho años viendo a sus contrincantes políticos instalados en la Casa Blanca.
Es más que evidente de que Trump, si nos aproximamos a él como una marca (que en muchos sentidos lo es con todas la de la ley), tiene un propósito (un porqué) meridianamente claro.
¿El problema? Que el porqué que tan bien ejemplifica el lema «Make America Great Again» es solo una de las tres piezas del denominado «círculo dorado» del escritor británico Simon Sinek, una teoría que, acuerdo con su autor, explica por qué ciertas organizaciones y ciertos líderes exudan inspiración por todos los poros (y otros, en cambio, son huérfanos de esta cualidad).
En un artículo para Horizont Dirk Nitschke disecciona las tres esferas que se dan cita en el «círculo dorado» de la marca Trump:
1. El porqué de Trump: pura cuestión de interpretación
El porqué deberían ser el punto de partida de cualquier organización, aunque en muchas compañías se desarrolla tarde y mal.
Que las marcas sean dueñas de un propósito específico está actualmente más en boga que nunca y es esencial para ganarse la confianza de los clientes y los empleados a partes iguales.
El porqué debe estar revestido de un significado profundo y por ello alude a menudo a los objetivos de sostenibilidad de la compañía, a su responsabilidad social o la filosofía de sus productos.
Como propósito el archiconocido eslogan «Make America Great Again» no marca demasiado la diferencia y es un lema que podría, de hecho, ser perfectamente adoptado por los demócratas en las presentes elecciones. ¿Acaso es Estados Unidos un país más refulgente y poderoso tras el mandato de Trump?
En este caso en particular es el cómo lo que marca realmente la diferencia, puesto que Trump enarbola la bandera del «Make America Great Again» sobre todo y ante todo en lo referente a la creación de empleo, al emprendimiento, al poderío militar y a la demarcación del país dentro y fuera de sus fronteras.
En su día el actual presidente de Estados Unidos se refirió abiertamente a los años 40 y 50 como modelo del nuevo orden social y económico que él tenía en mente (incluido el referido al tratamiento de las minorías).
El cómo de Trump no es otro que «America first» y echa anclas en la promoción de un tipo de empresario y de político capaz desafiar la moralidad, la responsabilidad e incluso la ley.
2. Cómo: liderazgo de dinosaurio
En la aplicación de su porqué como marca Trump presta a todas luces poca atención a lo que mueve realmente a la gente hoy en día: que el crecimiento y los beneficios son solo la tercera plata en un «bottom line» de naturaleza triple, en el que tienen también tiene mucho que decir la responsabilidad y la sostenibilidad.
Trump ha fallado estrepitosamente a la hora de poner sobre la mesa muchas respuestas a problemas actuales y se ha colgado igualmente de soluciones tan restrictivas como antediluvianas.
De hecho, «Make America Great Again» no fue sino el grito desaforadamente narcisista de un capitalista de la vieja escuela que no pudo o no quiso entender los desafíos que tenía frente así la sociedad en el futuro.
En muchos sentidos el cómo es la expresión de la cultura, de cómo debería llevarse a cabo un producto en particular, que en este caso es la marca Estados Unidos y su validez en el nuevo escenario global.
En su salto a la política Trump siguió siendo fiel a sus años de experiencia como empresario desalmado y hambriento de poder. Y fijó la mirada hasta la extenuación en sus enemigos, unos enemigos que encontró en el partido de la oposición, en países vecinos y en determinados grupos sociales de su propia patria chica.
Twitter se convirtió además en la particular herramienta marcial de Trump (completamente ajeno al denominado «mindful leadership») para meter el miedo en el cuerpo a sus contrincantes cómodamente desde el sofá.
Copioso en lacerantes insultos, el lenguaje de Trump se ha nutrido, por otra parte, en los últimos tiempos de superlativos como «amazing», «fantastic», «tremendous» o «wonderful».
Puede que Trump no lo sepa, pero las frases vacías se han quedado completamente obsoletas, ya que la gente es capaz de detectar de manera casi instantánea su oquedad.
Quienes hacen promesas (a lo loco) debe asegurarse de que sus palabras se convierten en acciones tangibles (so pena de morir quemados en la hoguera).
3. Qué: yo, mí y mí mismo
De acuerdo con diferentes encuestas, la actitud positiva hacia Estados Unidos se ha desplomado con asombrosa brusquedad desde el año 2017. Y como consecuencia de la pandemia la actitud positiva hacia Estados Unidos se encuentra a día de hoy en el nivel más bajo desde hace dos décadas.
Bajo los designios de Trump la que otrora fue la tierra de las oportunidades se convirtió en el país (limitado) de las posibilidades imprevisibles y en una nación de fuertes contrastes.
El resultado del qué de la marca Trump podría haber sido metamorfoseado en el transcurso de los últimos cuatro años, cuando muchos esperaban bastante más moderación por parte del presidente.
Durante su mandato se ha solidificado la impresión (antaño meramente sospechada) de que la principal prioridad de Trump no es Estados Unidos sino el marketing (el que vela por su propio «autobombo»).
John Bolton, exconsejero de Seguridad Nacional, confirma en el libro In the Room Where Everything Happened que Trump jamás le preocupó el bienestar de Estados Unidos sino sobre todo y ante todo la promoción de sí mismo y la reelección.
Con un presidente volcado en los últimos cuatro años en sí mismo, a su sucesor (al que emerja de las urnas el mes que viene o dentro de cuatro años) no le quedará más remedio que dar una completa vuelta de tuerca al qué de Trump, volver a unir un país absolutamente dividido y devolver a los ciudadanos la confianza en su propio futuro. Y lo deberá hacer enarbolando la bandera de la credibilidad y la dignidad, esas que ha pisoteado Trump en los últimos cuatro años.