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La dolorosa disección del alma humana en Mad Men

Mad Men, la serie que devuelve al espectador un pavoroso reflejo de su propia alma

Esther Lastra

Escrito por Esther Lastra

Mad Men logra lo que otras muchas series no consiguen: contarnos historias sobre nosotros mismos que no podemos contarnos a nosotros mismos en el mismo momento en que acontecen.

«Cuando alguien te muestra quién es, créele la primera vez» decía la escritora y poeta estadounidense Maya Angelou para subrayar la verdad (absolutamente inapelable) de que las personas se conocen a sí mismas mucho mejor que quienes las escrutan al milímetro con el último objetivo (irrealizable) de diseccionar su alma. Sin embargo, ¿quién nos dice a nosotros quiénes somos? No parece que seamos nosotros mismos quienes asumen esta tarea, obcecados como estamos en quedar atrapados en la tupida red de mentiras que nosotros mismos tejemos.

Para responder a la pregunta (inevitablemente peliaguda) de quiénes somos tenemos a nuestra vera el arte, que se refugia en múltiples formatos: la pintura, la literatura, el cine y también la televisión.

Aunque el contenido emanado de la pequeña pantalla puedan palidecer a bote pronto si los comparamos con obras del calibre de El rey Lear, Ulises o Ciudadano Kane, tanto la televisión como el «arte con mayúsculas» son una suerte de espejo que devuelve su propio reflejo al género humano.

Como cualquier forma de arte, la televisión invita al espectador a compararse a sí mismo con lo que ve sobre la pantalla para conocerse en último término mejor a sí mismo.

Particularmente certera radiografiando el alma humana es una de las series televisivas más prestigiosas nacidas del fecundo vientre de la pequeña pantalla en los últimos años: Mad Men.

Su habilidad ayudando a descifrar al espectador el enigma agazapado en su propia alma responde quizás a su temática, la publicidad, que nos insta, al fin y al cabo, a compararnos compulsivamente con los demás, señala Scott F. Stoddard en el libro Analyzing Mad Men: Critical Essays on the Television Series.

Ambientada en los años 60, Mad Men es, por otra parte, una serie pródiga en imágenes con horripilantes como hipnóticas. Resulta tan sobrecogedor como magnético contemplar a Betty Draper deshacerse de los despojos generados por su familia en el transcurso de un picnic sacudiendo el mantel al aire (y llenando simultáneamente de basura el césped) o a Ken Cosgrove persiguiendo a su secretaria para averiguar el color de su ropa interior.

Mad Men o cómo descubrir las historias agazapadas en el alma humana

Quizás uno de los mayores méritos de Mad Men es urgir al espectador a abjurar del machismo institucionalizado de la época retratada en la serie y preguntarse simultáneamente si en el siglo XXI es realmente todo tan diferente.

Mad Men coloca, de hecho, al espectador frente a un triple espejo: las asunciones sobre la humanidad en general, las asunciones sobre sí mismo, y la comparación de tiempos pretéritos con tiempos actuales.

En su servil atención a los pequeños detalles Mad Men alumbra un universo revestido de autenticidad en el que las acciones de los personajes parecen 100% reales y promueven más fácilmente la comparación con el espectador (algo que no ocurre, por ejemplo, en series como Big Bang Theory, cuyos protagonistas parecen mucho más ajenos al mundo real que los de la serie de AMC).

Mad Men tiene además a su favor que la época que retrata es tan distante como desconocida (incluso para quienes la vivieron en primera persona). Aunque ambientada en los años 60, el típico discurso «hippy» de aquella época que hemos visto retratado una y mil veces en la televisión y el cine está totalmente ausente en la multipremiada serie. Mad Men fija la mirada en una sociedad dominada por la guerra fría, el «boom» económico de los 60 y el auge de las clase media y conservadora. Todo ello, convenientemente amalgamado con su primorosa atención al detalle, consigue hacer creer al espectador que ha viajado a un universo completamente nuevo y desconocido.

Y es quizás por esta razón por la que Mad Men logra lo que otras muchas series no consiguen: contarnos historias sobre nosotros mismos que no podemos contarnos a nosotros mismos en el mismo momento en que acontecen. Historias que no pueden ser verbalizadas y que, aunque lo fueran, nadie se tomaría la molestia de escuchar.

Series como Mad Men existen para mostrarnos historias en un momento en que sí tenemos posibilidad de escucharlas (y creerlas), enfatiza Stoddard.

Al estar anclada en tiempos pretéritos, Mad Men logra que el espectador eche la vista atrás y conozca cómo era el género humano hace medio siglo. El espectador descubre la verdad sobre cómo era el mundo en los años 60 y esa verdad está revestida de una gruesa pátina de superioridad. Por una parte, el televidente se cree felizmente ajeno a lo que acontecen en pantalla, pero por otra, sabe que lo que allí sucede sigue sucediendo en la actualidad (por lo que su sentimiento de superioridad es en realidad totalmente fariseo).

Como diría Maya Angelou, quizás necesitemos series como Mad Men porque a aquello que allí se muestra no le dimos crédito por primera vez.

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