
Tendencias en MarketingLa denominada "fatiga de Zoom" se quedará a nuestra vera durante mucho tiempo
Cómo atajar la fatiga de Zoom
4 claves para no quedarse compuesto y sin brío por culpa de la fatiga de Zoom
Puesto que no parece que Zoom esté dispuesto a largarse con sus ubicuas videollamadas a otra parte, urge que nos reconciliemos con esta plataforma (y otras similares).
Desde que el teletrabajo echara anclas en nuestras vidas por las restricciones solapadas al coronavirus hemos desarrollado una suerte de relación amor-odio con Zoom. Sin dejar de reconocer su utilidad nos duele simultáneamente en el alma tener que arrojarnos en sus brazos una y otra vez y ver cómo nuestra energía se va invariablemente por el sumidero por su culpa.
La denominada fatiga de Zoom es muy real y quien la sufre transita habitualmente por varias fases: la de la negación, la de la ira, la de la queja, la de la depresión y la de la aceptación.
Puesto que no parece que Zoom esté dispuesto a largarse con sus ubicuas videollamadas a otra parte, urge que nos reconciliemos con esta plataforma (y otras similares).
En un artículo para Inc. Lindsay Blakely propone algunos consejos para desembarazarnos de las garras del estrés solapado a Zoom:
1. Menos es más
No lo parece, pero enfrentarse a una videollamada vídeo vía Zoom es terriblemente extenuante y exige muchísima energía por nuestra parte a la hora de asimilar la información que llega a nuestros oídos sin perder tampoco ripio del lenguaje corporal de nuestros colegas (a quienes para colmo de males vemos en diminutas cajitas).
Además, a las videollamadas nos enfrentamos acompañados de múltiples distracciones que hacen aún más compleja la concentración. Quizás por esta razón conviene no remedar de manera automática en Zoom las rutinas a las que estamos acostumbrados en las típicas reuniones en persona.
En las reuniones en persona mirarse de manera regular a los ojos es, por ejemplo, absolutamente esencial para tomar decisiones y sacar adelante proyectos, pero no tiene por qué serlo necesariamente en las videollamadas. De hecho, las videollamadas no son siempre el canal de comunicación más óptimo en tanto que absorben muchísima energía por parte de quienes toman parte en ellas.
Por esta razón, antes de precipitarse y convocar una videollamada, conviene valorar si quizás no es mejor una simple llamada telefónica o un email para solventar el problema que tenemos entre manos. Y si no queda más remedio que conectarse a Zoom, hay que avisar por supuesto con suficiente antelación a los participantes.
3. Tener un lugar especialmente consagrado a las videollamadas (y olvidarse)
Una vez familiarizados con las mecánicas por las que se rige Zoom, lo mejor es tenerlo todo preparado para cuando nos tengamos que conectar y elegir un lugar bien iluminado (si no es con luz natural, con anillos de luz portátiles), con la cámara bien posicionada y con un sonido más o menos decente (que conseguiremos simplemente con auriculares equipados con micrófono).
La versión desktop de Zoom cuenta además con una funcionalidad para retocar la apariencia que, aunque no obra milagros, consigue más uniforme la apariencia de nuestra piel frente a la cámara.
3. Conocer las responsabilidades como anfitrión
Quienes ejercen de anfitriones en las videollamadas tienen frente a sí el nada desdeñable reto de que el resto de los participantes interactúen y para ello es vital hacer una introducción adecuada, repartir de manera justa los turnos de palabra y ceñirse en la medida de lo posible a la agenda de la reunión. ¿El objetivo? Tratar de retener la atención (inevitablemente volátil) de los participantes en las videollamadas.
Una buena manera de dar el pistoletazo de salida a una videollamada es formular alguna pregunta provocativa o solicitar a los participantes que compartan con los demás sus pequeñas victorias. Más allá del comienzo, en Zoom es igualmente importante poner colofón de manera pertinente a la reunión haciendo un pequeño resumen de lo allí abordado y de las decisiones acordadas.
4. Dejar de contemplarse a uno mismo en la cámara
Cuando estamos delante de la cámara en una videoconferencia, tendemos a fijar la mirada en nuestro propio rostro. Por eso, y a fin de poner coto a la vanidad (quizás exacerbada) y a eventuales distracciones, conviene ocultar la pantalla en la que aparece nuestra faz para así concentrarnos mejor en lo que tienen a bien decir nuestros colegas.