
Tendencias en Marketing¿Hay que perdonar sistemáticamente a los jefes tóxicos? Lo cierto es que no
Por qué disculpar sistemáticamente a los jefes tóxicos es un problema
¿Merece la pena perdonar la vida a los jefes tóxicos? Pocas veces
Muchos jefes tóxicos parecen dispuestos a hacer propósito de enmienda tras humillar a sus empleados, pero en realidad fingen disculparse con el último objetivo de mejorar su imagen de cara a los demás sin cambiar un ápice su comportamiento.
Todos hemos trabajo en alguna ocasión para jefes tóxicos que han tenido a bien envenenarnos por dentro con su ponzoña. El liderazgo tóxico puede tomar múltiples formas: desde los insultos en público a la invasión de la privacidad del empleado pasando por el sangrante chismorreo de espaldas del trabajador.
Las tropelías perpetradas por los jefes tóxicos se traducen no solo en la insatisfacción y el estrés de quienes tienen lamentablemente que sufrirlos sino que degeneran también en problemas familiares, alcoholismo y otras afecciones.
Sin embargo, y pese a los estragos que causan en el universo corporativo, muchos líderes tóxicos son sistemáticamente exonerados de sus abusos y nadie, ni empresas ni empleados, parecen atreverse a pararles los pies.
De acuerdo con reciente estudio del que se hace eco Harvard Business Review, después de tener que vernos las caras con un jefe de tóxico, tendemos a perdonarle, en particular cuando parece dispuesto a hacer propósito de enmienda por sus desmanes.
No pocos jefes tóxicos tratan de enmendar sus errores haciendo lujosos presentes a sus subordinados para convencerlos así de que olviden sus desafueros. Sin embargo, los líderes tóxicos que parecen comprometerse a mejorar su comportamiento rara vez cumplen con lo prometido. Es más, su conducta abusiva no hace sino hacerse aún más virulenta.
¿Se arrepienten los tóxicos de sus desafueros? Aparentemente sí, pero en realidad sus disculpas rara vez son sinceras
Algunos líderes tóxicos no tratan realmente de mejorar la relación con los subordinados que han humillado previamente y simplemente fingen disculparse con el objetivo de mejorar su imagen de cara a los demás sin cambiar un ápice su comportamiento.
Tras altercados particularmente lacerantes con sus empleados algunos jefes son extraordinariamente diestros falseando su contrición (hasta que tiene lugar una nueva disputa y se inicia de nuevo el ciclo del abuso).
Por esta razón, tanto empleados como empresas podrían estar espoleando de manera inconsciente los abusos de los jefes tóxicos cuando se avienen sistemáticamente a perdonar sus agravios.
En el estudio que publica ahora Harvard Business Review sus autores monitorizaron mediante una plataforma online a 79 jefes diferentes, que dieron cuenta de manera anónima de sus comportamientos potencialmente abusivos en el trabajo.
Según la investigación, los líderes que tuvieron a bien confesar abusos hacia su plantilla veían simultáneamente ultrajada su imagen de cara a los demás (en particular aquellos especialmente preocupados en proyectar una imagen ética hacia sus subordinados directos). Los jefes especialmente preocupados por su imagen de cara a la galería se sentían, por lo tanto, particularmente pesarosos tras una disputa con un empleado, pero no tanto por la disputa en sí como por el deterioro de su imagen pública.
Tras ultrajar a sus empleados los jefes tóxicos tratan de enmendarse agasajando con pequeños detalles a sus empleados, pero su arrepentimiento es normalmente fingido y está entreverado de manipulación
Alarmados por su erosionada imagen pública, los jefes examinados en el informe se tomaron la molestia de repararla haciendo pequeños favores a los empleados agraviados o poniendo en valor sus logros. Sin embargo, en ningún momento llevaron a cabo acciones para reparar de manera genuina el daño infligido al trabajador (ofreciéndole, por ejemplo, una sincera disculpa).
En este sentido, aunque muchos jefes abusivos parecen dar cuenta de un comportamiento considerado hacia sus víctimas tras un altercado, su actitud no es sino una manera de restañar su propia reputación de cara a la galería.
Muchos jefes tóxicos no se sienten realmente inclinados a cambiar su comportamiento, básicamente porque su verdadera obsesión es camuflar sus tropelías teniendo pequeños pero manipuladores detalles con sus subordinados sin querer liberarse realmente del veneno que corre a raudales por sus venas.
¿La moraleja? Que perdonar a los jefes que abusan de sus empleados y después se muestran aparentemente amables no hace sino reforzar un círculo vicioso de maltrato que termina carcomiendo por dentro a las empresas.
En este sentido, y en vista de la ponzoña que emana de los jefes tóxicos, quizás las compañías harían bien implementando políticas de tolerancia cero con los líderes que tienen a bien escupir veneno sistemáticamente a sus subordinados. Las sanciones, mucho más que la indulgencia, son particularmente importantes porque tales sanciones son las que en último término tienen el poder de cortar las alas al comportamiento abusivo de los líderes tóxicos.