De vacas gordas y carteras llenas
Siempre he tenido la sensación de que la publicidad es cosa de tiempos de bonanza, de vacas gordas, de estómagos y carteras llenas, de créditos fáciles, veranos y vacaciones largas y jovenzuelos monos en bermudas. Desde luego, ese es el mejor escenario para una industria próspera; próspera e irrelevante.
Pero las cosas no están para ir de crucero. Estamos más bien jodidos, Esta historia nos ha pillado con el pie cambiado y andamos algo desorientados, lentos o a la defensiva.
¿Qué sentido tiene seguir viendo un anuncio de colonia en el que sale, en grises perfectos, un tipo al timón de un barco mirando al horizonte o un momento interno de una maquinilla de depilación femenina? Me pregunto en que coño estarán pensando algunos. Así que me mosqueo, desconecto y paro.
Cuando paro y echo un vistazo a los periódicos, a las redes o salgo a aplaudir con mis vecinos entonces me sorprendo. En realidad, hay mas publicistas que nunca. La gente, de repente, se ha convertido en publicista: el tipo de enfrente de mi casa, mi cuñada y mis sobrinos y hasta una simpática monja de Talavera. Hacen campañas, hacen sus videos, crean iniciativas, convierten sus balcones en medios de exterior, promocionan y amplifican en redes sociales, se inventan e impulsan acciones solidarias. ¡Joder!, están «jugando» a ser lo que somos nosotros.
Entonces, cambia de nuevo mi estado de ánimo y mi sensación hacia bien, claro. Resulta que la gente quiere ser yo; y entonces me da más vértigo todavía.
Si la gente hace eso, es que cree que tiene sentido, que aporta valor y que es bueno; y nosotros todavía anunciando colonia, unas gafas de sol, patatas fritas y venga «nosequé».
No es lógico. La gente está es sus casas. La vieja y denostada tele dispara sus audiencias donde nunca estuvieron y sin embargo la inversión en publicidad en ese medio cae.
¿Que hacen las marcas, la industria justo cuando el consumo de un montón de cosas que se comen, se beben y se usan, han aumentado sus ventas? ¿Dejar de anunciarse?
Unas cuantas bienintencionadas, dos semanas después de la orden de no salir de casa, recurren al «quédate» o adaptan sus campañas con cierres nuevos.
Algunas recuperan anuncios ya vistos que parecen cobrar sentido y otras se esfuerzan en animarnos y traernos esperanza sin que el producto moleste mucho. De verdad, gracias. Algo es algo.
El resto guardan su dinero y dejan de anunciarse para cuando las cosas vengan mejor dadas, para cuando engorden las vacas, los veranos vuelvan a ser largos y casi nadie vuelva a ver la tele.
No todo es chungo. Aunque no sea publicidad, se están haciendo cosas increíbles que no habíamos podido imaginar. Estamos viendo iniciativas de marcas y compañías que están adaptándose y poniendo de su parte todo lo que pueden y mucho más. Son marcas que, lógicamente, se han centrado en lo más urgente y tienen capacidades (logísticas, productivas, económicas…) como para poder crear mascarillas, distribuir recursos, imprimir respiradores en 3D, hacer donaciones de alimentos, de material, de dinero… Pero ¿y las marcas que no pueden? ¿Esperan a que todo esto pase?
¿Y cuando todo pase, qué?
De nuevo la gente va a necesitar mecánicos, dentistas, amables dependientes de El Corte Inglés y enfermeras; necesitaremos volver a echar gasolina, comprar pan a diario y salir a tomar algo los findes; y muchos científicos, biólogos y mucha investigación, cocineros, camareros, maestros e incluso necesitaremos futbolistas.
La pregunta es: ¿Necesitaremos publicidad?
He leído en uno de esos muchos artículos que leemos todos, que la gente piensa que la publicidad es necesaria. Yo también lo creo Como casi todos los que nos dedicamos a esto soy un apasionado de mi trabajo.
No dudo en defenderlo como un activo fundamental, no sólo económico sino social.
Somos una industria súper guay, súper molona, súper cool, súper trendy y está muy bien. Solo espero, no ser nunca algo que también empieza por súper: superfluos.
¿Es seguro el envío de paquetes durante la crisis del coronavirus?AnteriorSigueinteDe la publicidad basada en datos a la elección justa