Felicidad - Paco Sosa
Estaba sentada en posición de loto, en la arena. Delante del mar, sus ojos contemplaban extasiados ese momento mágico donde el sol nace para calentar un poquito este rincón del universo.
La música cautivadora que componían las olas al romper, junto a los graznidos de algunas gaviotas madrugadoras era justo lo que necesitaba cada día para encontrar su momento.
Después de su meditación, cogió su bloc de notas. Su mano, casi sin pedir permiso, comenzó a apuntar las ideas clave de la conferencia que en apena tres horas tenía que pronunciar.
Más de cinco años hablando de la felicidad la habían posicionado como un referente en el mundo de la gestión de personas. Su agencia de “speakers” no paraba de contratarle “bolos” para contar su historia de felicidad a toda aquella empresa que quisiera escucharla.
De repente, su mirada se fundió con aquella agua que la hipnotizaba y fue su mente la que se disparó.
“Que si hay que empoderar a los trabajadores, que tienen que encontrar lo positivo de su trabajo aunque no les guste, que hay que venir de casa feliz y son los jefes los que no tienen que hacer infeliz a la gente. Que la felicidad hoy ya no es solo un sentimiento, que sabemos que es producto también de la química que tiene que ver con las descargas de oxitocina, vasopresina y dopamina, que si controlamos nuestras vidas que a lo mejor hasta la conseguimos…”
Repetía anécdotas una y otra vez, eran casi siempre las mismas, lo que cambiaba era el público que tenía delante.
Había participado como consultora en la encuesta que se había realizado en su país para ver cuáles eran las empresas que según los ciudadanos eran en las que se podía ser más feliz y paradójicamente las elegidas de cada sector era las que más publicidad hacían. Se preguntó cuántas de estas ponían en práctica lo que ella proclamaba y cuantas simplemente utilizaban esos argumentos como parte de su estrategia de comunicación.
¿Por qué se sentía mal?, ¿por qué no era feliz? Ella, que regalaba sonrisas a cada momento, ella que animaba siempre a todo el mundo, que desarrollaba la empatía con todos… con todos…, menos consigo misma.
De nuevo su mano cogió el timón de la situación y empezó a escribir…
“Las sonrisas hay que prestarlas, para que luego vuelvan. Hay que escuchar para aprender más y para contestar menos. Hay que ser más uno y dejar de ser otros. Hay que hablar más con el corazón que con el cerebro. Hay que tocarnos el alma. Hay que oler el momento, hay que mirar a todos los lados y a todas las personas… Hay que encontrar soluciones para curar esta maldita enfermedad…No hay que dejar de tener esperanza.”
Un par de gotas de lluvia en su pómulo la volvieron a la realidad, dejo que se mezclaran con la lágrima que brotó furtiva de sus ojos. Cuando llegaron a la comisura de sus labios y las probó sabían a…
“Tendríamos que tener más días de felicidad que de tristeza, aun sabiendo que lo uno y lo otro nos hace humanos. Nuestro pequeño homenaje al día mundial de la felicidad, de cualquier año.”
Paco Sosa
Comunicación y Marketing
Mediapost Group
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