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Carolo Valdivia Insights Analyst en Arena Madrid

Medir las generaciones (II)

Hace unas semanas hablamos de cómo nos salvan las generaciones a la hora de explicar el mundo. Es cierto que no es un déficit solamente de este enfoque sino del sector del marketing en general que adolece de un error humano particular: intentar explicar el mundo de forma rápida y sencilla a partir de nociones no contrastadas, entrando en una dinámica de bola de nieve que es difícil de parar. El objetivo de estos artículos es contribuir a detener la inercia, pausarnos y ver las cosas desde otro enfoque antes de ponernos a medir.

Al hablar del nacimiento de una generación nunca se tiene muy claro cuál es la línea que delimita el nacimiento de un grupo que, al haber nacido en ese momento histórico tan diferencial, hace que su trayectoria y condición vital sean muy diferentes de las de sus padres debido a esos cambios históricos que modifican la manera de relacionarse con el mundo. Quizá sea ese uno de los problemas, y es que nos centramos más en comparar edades que en detenernos para saber cuándo nace una generación o, en determinar cuándo el momento histórico es suficientemente importante y relevante como para prever que cambiará las trayectorias y condiciones vitales de ese grupo.

¿Cuándo un momento histórico es relevante? Digamos que, en la mayoría de los análisis se dificulta la medición de ese punto histórico de cambio, pero es una pregunta que responderemos más adelante. Lo interesante es saber qué generaciones existen de manera robusta y contrastada. La generación que podemos denominar como baby boomer sería lo que académicamente entendemos como generación. A todos se nos viene rápidamente el fenómeno demográfico de explosión de natalidad acaecido entre 1955 y 1977, como el momento histórico que define ese cambio que les marca como generación. Es cierto, pero no exacto. Me explico. El boom demográfico fue lo que les dio nombre, pero no fue el volumen -solamente- lo que marcó su trayectoria vital sino las condiciones estructurales de España en los sesenta, marcadas por la industrialización y el desarrollismo económico que, sumados a la expansión educativa, marcaron las trayectorias vitales de aquellos hijos respecto a las de sus padres, quienes padecieron la posguerra. Es decir, a diferencia de sus padres, una gran proporción cambió su trayectoria y condición vital de manera sustancial en términos materiales (mejores salarios, mayor nivel educativo, más esperanza de vida…) y actitudinales, pues esta generación marca el último gran cambio de valores en España, según señala Almudena Moreno (exdirectora del Instituto de la Juventud), con relación a diversos temas como la religión, aborto, divorcio, etcétera. Que los jóvenes actualmente tengan niveles más altos de ateísmo o aconfesionalidad (entre otros), solamente es parte de la permeabilidad del cambio que iniciaron sus padres, pero no significa una ruptura generacional.

La “facilidad” de medición que tienen otros periodos históricos, cuyos límites son más sencillos de trazar, como el baby boom, debido a que sus eventos (pasar de un país exclusivamente agrícola a industrial, aumentar la tasa de profesionales cualificados, la urbanización del territorio, la ruptura de valores…) así constituyen un cambio en la estructura económica y social del país que posibilita una brecha en las condiciones y trayectorias vitales de padres e hijos. De hecho, dentro de las corrientes sociológicas y antropológicas más rigurosas, las relaciones sociales se estudian, no tanto desde las actitudes, sino desde las relaciones determinadas por lo que económicamente produce una sociedad. De ahí que los cambios en la estructura económica de un país tengan mayor probabilidad de marcar hitos históricos que produzcan nuevas generaciones, cambiando así sus valores y actitudes y no tanto a la inversa.

Esto nos lleva a la problemática no resuelta de la medición en momentos donde el análisis menos materialista se ve sustituido por uno más relacionado con entender el mundo a partir de los valores y las actitudes, dejando de lado la parte estructural y económica. Este es uno de errores que cometió Harry Guild en un artículo que, además de ser polémico e irónico, también es original, muy bueno y necesario. En él, desarrolló una métrica (cohesión de grupo) para demostrar que no había diferencias entre las generaciones que se han creado ad-hoc (Z y Millenials). Los errores o, mejor dicho, los no aciertos de Harry Guild en su artículo, nos llevan al meollo de la medición en las generaciones: estudiar las actitudes y opiniones en lugar de las trayectorias y condiciones vitales, y esto no es comparar grupos de edad. Los datos de los que disponía Guild no le permitían desarrollar este análisis, de ahí que sea un no acierto en lugar de un error. Este es otro de los problemas, la ausencia de estudios longitudinales que recojan la evolución de trayectoria y opiniones de padres e hijos, lo que nos impide determinar un cambio en la trayectoria vital entre padres e hijos.

¿Cómo podemos solucionar y complementar la original y necesaria métrica aplicada por Guild ante la falta de estudios longitudinales y así poder medir a las generaciones? Este será el asunto del siguiente artículo.

Carolo Valdivia, Insights Analyst en Arena Madrid.

 

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