Malditas etiquetas

Atrévase usted a definir publicidad. A principios del siglo XX era sinónimo de inserciones en prensa escrita, en los años 40 significaba product placement en radios; luego llegó el exterior, las cuñas, los spots… Hoy en día, el más común de los mortales metería en esa bolsa al denostado banner. Pero… ¿y las experiencias de marca en vía pública, las campañas virales, las acciones en el metaverso o el marketing de influencia? ¿El community management es o no publicidad? ¿Quién decide dónde se extiende esa capa de film transparente que delimita el comienzo y el fin de la definición estricta de publicidad? Confusing times.
La publicidad es como el lenguaje. Por puristas que seamos, es una herramienta que se debe adaptar a la sociedad (para retratarla y revolucionarla). No puede ser un concepto rígido al que el consumidor se tenga que acostumbrar. Su definición se transforma minuto a minuto, tendencia a tendencia. Sería descorazonador que en nuestra propia profesión neguemos lo que nos puede hacer más grandes solo por pura comodidad, por anclarnos en aquello que ya conocemos, por asegurarnos nuestro trozo del pastel o por miedo a meter la pata. Lo que no es miedo, es tradición. Y las tradiciones se respetan, pero muchas aburren.
Hace unos días, en este mismo medio, leía un artículo sobre cómo los creativos, por ego, no han (hemos) sabido renovarse y están dejando morir LA publicidad. Sorprende esta observación mientras a medida que avanza el texto se suceden spots, gráficas, ideas virales y cuñas. Otro medio del sector, hace unas semanas, convocó una mesa redonda entre agencias de RRPP en la que se limitaban a tratar temas de gabinete de prensa. Vuelvo sobre mis pasos, ¿es que las agencias creativas siguen haciendo solo spots, las centrales de medios solo compran espacios y las agencias de PR solo mandan notas de prensa?
La publicidad está viva. Se mueve, se transforma a diario y se sienta cada día a charlar con el consumidor. Añorar grandes gráficas de Apple o de Volkswagen por su relevancia e ignorar ideas fuera de formato que se han convertido en conversación de sobremesa, es ser reduccionista y minimizar la relevancia y el impacto de las ideas. Juraría que los creativos nos hemos enterado, ¿vosotros?
Rubén Sánchez, director creativo de TRUE.
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